La derrota de Trump pero no del trumpismo, los desafíos de la izquierda y los movimientos sociales, cómo entender el devenir reaccionario de sectores populares y el concepto de libertad en disputa. Estos son algunas de las claves de la charla entre Wendy Brown y Verónica Gago que desbordan la coyuntura estadounidense para interrogar, incluso, la vida cotidiana.
Empezaste a escribir este libro cuando comenzaba el gobierno de Trump y estamos traduciendo y editando este texto en el final de este ciclo político, aunque sabemos que no es fácil decir que llegó a su fin. ¿Qué significa esta idea de las ruinas del neoliberalismo?
Tenemos que pensar que la expresión “las ruinas” refiere a algo que ya está viejo pero que, sin embargo, no terminó. Uso el término “ruinas” porque aun estamos viviendo en el neoliberalismo, el neoliberalismo no ha terminado, pero está en un proceso de decadencia. Muchas cosas se están derrumbando o arruinando. En el aspecto económico, el neoliberalismo dispersó y dislocó a las comunidades, las regulaciones estatales desaparecieron y muchas empresas locales fueron sustituídas por empresas globales. Todo esto redundó en que millones de personas en todo el mundo empeoraron su situación, quedaron en la precariedad. Nunca, desde la Gran Depresión, la clase trabajadora estadounidense había estado en una situación de tanta debilidad y con un futuro tan complicado. Estas son las ruinas económicas del neoliberalismo.
Pero la ruina es, incluso, mucho más que económica. Es la ruina de una manera de organizar y de gobernar que da valor a la moralidad tradicional como única forma buena de organización: los mercados y la moralidad tradicional. Las formas espontáneas y libres de asociación, la soberanía de los pueblos, los proyectos de justicia social y de igualdad, todos, son demonizados por el neoliberalismo, que no busca la libertad, busca imponer un modelo de ingeniería social. El neoliberalismo es una forma de totalitarismo. Así, después de 40 años de estas políticas económicas y de esta manera de razonar, tenemos, en muchas sociedades industrializadas, una clase trabajadora que se reconvirtió a formas más baratas de trabajo, los salarios se han reducido. Lo mismo pasa con la educación, o con la infraestructura, que están en ruinas. Pero el neoliberalismo es responsable también de la pérdida de confianza en la democracia. Se trata de un ataque a la democracia en términos de justicia social, de redistribución, de igualdad. Mientras tanto, se subsidia a los mercados y se promueve la moralidad tradicional. Al mismo tiempo, el neoliberalismo trajo nuevas formas de desigualdad social que antes no existían. Hay muchas maneras de medir este fenómeno, pero una de las que mejor lo ilustran es el hecho de que una sola persona posee más riqueza que 5 billones de personas. O, dicho de otro modo, 22 hombres tienen más dinero que todas las mujeres de África. Esto indica que está pasando algo distinto de lo que estaba en los planes originales: el asalto plutocrático a las instituciones. Estaclase plutocrática, que asaltó los poderes institucionales, constituye un poder antagónico a la democracia que se vale de ese poder político para garantizar su propia posición. Sin embargo, al mismo tiempo que se vale de ella, el poder plutocrático quiere suprimir la democracia, a primera vista, algo opuesto a lo que [los fundadores del neoliberalismo] tenían en mente en el comienzo. Lo que la plutocracia está haciendo hoy es crear una economía que les garantice el monopolio del poder, sin necesidad de recurrir a las instituciones de la democracia. Esto pasa en Brasil y en otras partes de América Latina, pero también en Estados Unidos. Los valores de la democracia son sustituidos por una voluntad agresiva de poder. Los plutócratas, en coalición con las iglesias evangélicas demonizan a la democracia y al estado social, en nombre de una idea muy particular de libertad, agresiva y antisocial.
El neoliberalismo es responsable también de la pérdida de confianza en la democracia. Se trata de un ataque a la democracia en términos de justicia social, de redistribución, de igualdad.
La promesa de restaurar un mundo que ya no existe es una base extraordinaria para el autoritarismo. Un mundo estable, seguro, homogéneo, organizado por los valores cristianos y patriarcales. Mi argumento es que el neoliberalismo es una de las fuentes del ascenso de las formas fascistas y autoritarias.
¿Cómo funciona esta articulación entre neoliberalismo y conservadurismo? Como decías, no era algo que estuviera en los planes originales de los padres fundadores del neoliberalismo. ¿Cómo se da esta combinación que vemos desarrollarse a escala global y que tiene en la era Trump su momento de laboratorio político? ¿Cuál es la particularidad coyuntural de esta conjunción entre neoliberalismo y conservadurismo? ¿Es algo que empezaste a pensar particularmente a partir de la era Trump?
El conservadurismo es parte de la arquitectura original del neoliberalismo. Los neoliberales sí argumentan que la moralidad tradicional tiene que ser la base de la legislación social; que ella debe basarse en valores como la familia, la propiedad privada y la autoridad. Si hay primacía del individuo es siempre en un marco jerárquico, no en un modelo de igualitarismo. Lo que llamamos conservadurismo estaba presente desde el comienzo, lo que no estaba previsto era que pasara de ser un modo de organizar el orden de las cosas, a un abordaje tan agresivo y demagógico, hasta convertirse en una verdadera formación neofascista. Y creo que esto debe ser explicado por el fracaso original del neoliberalismo para comprender que las poblaciones no podían ser pacificadas por los mercados y la moralidad, pero sí podían ser activadas de un modo agresivo, de un forma que llamo “desublimada”, lo que alude a cierta pérdida de las inhibiciones, a la aparición de un carácter antisocial y agresivo que se muestra públicamente en ataques abiertos a los otros. Esto es lo que no estaba en el inicio del neoliberalismo. Los mercados y la moral debían organizar a la sociedad, pero de un modo silencioso y tranquilo y no operar en un plano tan decididamente político.
En cuanto a la alianza entre la moralidad de mercado y el conservadurismo cristiano en el trumpismo, los evangélicos de mi país están muy conscientes de que Trump no es cristiano, no es una persona virtuosa, no es alguien que opte por los mismos valores que ellos. Pero están convencidos de que les fue dado por Dios como agente de su misión en la Tierra, que es cristianizar la nación, reintroducir la enseñanza religiosa en las escuelas, eliminar el aborto, o extirpar el feminismo. Creen en todo esto y en que Trump es el agente del proyecto, pero no es uno de ellos. Y él trabajó en esto con mucho cuidado. Finge que reza, por ejemplo, pero todo el mundo sabe que Trump no es una persona piadosa. Creo que Bolsonaro tiene también mucho de esto, igual que otras figuras en Europa, como Le Pen en Francia, y otras figuras de la extrema derecha alemana. Incluso en Hungría, donde el cristianismo es parte del conservadurismo, los líderes de la extrema derecha no son necesariamente líderes cristianos.
Teniendo en cuenta esta caracterización del conservadurismo como un activismo político, ¿cómo se puede pensar la expansión de este conservadurismo a escala de masas, incluso en sectores populares de nuestras sociedades? ¿Cómo se combina ese conservadurismo con una afectividad popular, trabajadora, que se hace cargo de ese activismo político en términos conservadores?
Aquí se puede empezar a ver algunas diferencias entre las culturas de nuestros diferentes países. Uno de los datos de la globalización neoliberal en Estados Unidos es la profunda división cultural entre, por un lado, quienes se sienten conectados al mundo, a la cultura global, al cosmopolitismo, a la vida urbana –personas que se reconocen estadounidenses, pero también parte de un mundo, musical, de lenguajes, artístico, de trabajo, económico, que está más allá de las fronteras del país– y, por otro lado, aquellos a quienes llamaría “la media del país”, a quienes puede llamárselos “sub-urbanos”, “exurbanos”, pero también “rurales”. Este grupo se siente profundamente alienado de todo este aspecto de la cultura contemporánea, pero también de este aspecto de lo que el neoliberalismo ha hecho, que es derribar las barreras nacionales, provocar el movimiento de personas por el mundo mediante las migraciones y hacer de nosotros un país con mucha más mezcla –en unos pocos años, los blancos seremos una minoría en este país, Estados Unidos será lo que llamamos un país de minoría mayoritaria-. Esto es muy amenazante para quienes se sienten terriblemente abandonados de todas las maneras de las que ya hablamos. Están cayendo en picada económicamente, se sienten social y culturalmente desdeñados o ridiculizados por sus modos de vida, por sus hobbies, sus intereses, o su falta de educación. Y, por supuesto, el trumpismo cultivó este sentimiento. Se dirigió a ellos como si su ignorancia y su rechazo del cosmopolitismo, de la inteligencia, del intelectualismo, de las ideas, de la cultura, fueran algo bueno, algo valorable. Trump mismo encarnó estos valores. Con esto, reforzó ese conservadurismo refractario de un mundo más abierto, más diverso, más cambiante; fortaleció la idea de que es posible limitarse a esas vidas cerradas de los suburbios blancos. Incluso si dejamos al cristianismo de lado, de momento, podemos limitarnos solo a estas vidas cerradas de suburbios blancos y llamar a eso “América”, y rechazar todo lo demás. Este sentimiento se intensificó mucho, por un lado, por el conservadurismo, pero también por los efectos de la devaluación de la educación en el neoliberalismo. Para el neoliberalismo, la educación es un entrenamiento para el trabajo; no la aborda como una formación que deba iluminar acerca de la humanidad, del mundo, de la naturaleza, o de la cultura. Sencillamente, trata a la educación como un modo de desarrollar el capital humano, y esta perspectiva fue puesta en práctica mediante la desinversión en educación pública, especialmente en la educación superior, pero también fueron afectadas las escuelas, cuya calidad descendió mucho. Esto agrava el problema de la población de clase trabajadora y de clase media que no vive en los centros urbanos, que no conoce el mundo, no quiere conocer el mundo y se siente amenazada por el mundo. Y esto, a su vez, agrava el conservadurismo, el antiintelectualismo, la xenofobia y todo lo demás.
Trump fortaleció la idea de que es posible limitarse a esas vidas cerradas de los suburbios blancos.
Hay una discusión acerca de las expresiones “fascismo”, “nuevos fascismos”, “tendencias neofascistas”. ¿Crees que son correctas, en términos sistemáticos y de usos políticos, para caracterizar la situación actual, en relación con este desarrollo que acabás de hacer de la relación conservadurismo – neoliberalismo?
Estoy en contradicción conmigo misma acerca de esto. En parte, porque el término “fascismo” está muy cargado de sentido en relación con la Segunda Guerra Mundial. Sí creo que estamos en una formación neofascista, si con eso entendemos la movilización del poder del estado para definir a la nación y al pueblo de maneras homogéneas y para encolumnarlos tras un proyecto específico que es discriminatorio, violento**,** militarizado. Todo esto está. Pero, al mismo tiempo, la razón por la que uso otro término, “liberalismo autoritario”, es porque las libertades civiles en Estados Unidos están en el centro del proyecto neofascista de este momento. Es muy importante que veamos cómo la idea de libertad es movilizada por la derecha contra la izquierda, como un modo de construir apoyos para este –y ahora lo llamo así- movimiento neofascista. Es complicado porque, si hablamos del fascismo, imaginamos un estado muy fuerte y falta de libertad individual; sin embargo, aquí tenemos algo distinto. Por un lado, sí, tenemos en el trumpismo un régimen de propaganda; tenemos también la movilización del etnonacionalismo blanco para la construcción de un proyecto nacional muy específico. Pero, por otro lado, la libertad es la tarjeta de presentación de este proyecto y se la usa para avergonzar a la izquierda. Creo que si no prestamos atención a esto, no vamos a comprender lo distintivo de este régimen y por qué es tan exitoso. Especialmente, en Estados Unidos, donde la libertad individual ha estado por tanto tiempo en la raíz de su credo, incluso si no ha sido extendida a las minorías sojuzgadas del país, a las mujeres, o a las personas LGBTQ. Aun si no ha sido universalizada, está en el corazón de nuestro credo. De modo que prefiero el término “liberalismo autoritario” porque creo que describe de un modo más preciso qué tenemos hoy y por qué es que tenemos que pelear. Pero no digo que no haya una dimensión fascista en todo esto. La hay y, de hecho, la estamos viendo en la negativa de Trump a dejar el poder, en sus esfuerzos de desinformación y propaganda, en su esfuerzo en la incitación a la violencia y sin descartar que intente usar la fuerza militar para mantenerse en el poder un poco más. Pero creo que el fascismo es solo una dimensión, no es todo.
La palabra “derrota” le cabe a Trump y al mismo tiempo parece demasiado grande si refiereal trumpismo, ¿es así?
El trumpismo no fue derrotado. Trump fue derrotado y tenemos que celebrar este momento. Y lo celebramos. El baile en las calles fue extraordinario. Lxs norteamericanxs no salimos a bailar así, pero esta vez lo hicimos, hicimos algo que para ustedes es más común, bailamos en las calles. Festejamos y bailamos porque esta figura específica del neofascismo, del liberalismo autoritario fue echada de la presidencia. Va a reclamar e intentar de todo, pero va a tener que dejar su despacho presidencial. Sin embargo, el trumpismo no fue derrotado, 70 millones de personas, o más, votaron por Trump y muchos de ellxs están enojados por no haber ganado. Tienen miedo, fueron convencidos de que el nuevo régimen va a destruir sus vidas, sus valores, sus iglesias, y se aferran a lo poco que tienen. Toda la formación antidemocrática, racista, patriarcal, que Trump ungió y movilizó sigue muy viva. Sigue viva no solo gracias a sus bases, sino también porque Trump tiene, ahora, un enorme control sobre el partido de la derecha. Y ya no puedo llamarlo simplemente “conservador”, es un partido de derecha. El partido mismo es antidemocrático. Lo es literalmente, están intentando anular votos, están intentando manipular los distritos, de modo de poder mantener el control del país, aun con una minoría de los votos. Y están en una posición muy buena para hacer todo esto. Entonces, tenemos un partido y unas bases trumpistas que no fueron derrotados. Y tenemos a Trump, a quien estamos encantados de haber sacado de la presidencia. Sin embargo, no hay mucho que el régimen de Biden pueda hacer, con un Senado republicano y una Corte Suprema en manos de la derecha dura, así que esto no será el ensayo de una alternativa. Además, está el problema de que lo que Biden representa es una vuelta al centro, no una salida del caos del neoliberalismo.
El trumpismo no fue derrotado. Trump fue derrotado y tenemos que celebrar este momento. Y lo celebramos. El baile en las calles fue extraordinario. Los norteamericanos no salimos a bailar así, pero esta vez lo hicimos.
¿Qué forma de articulación o de organización política imaginás que este trumpismo social asumirá, ya sin el liderazgo presidencial de Trump?
Hay distintas dimensiones para abordar esto. El trumpismo no es una formación unitaria, de un solo tipo. Está la Alt-right, que creo que va a seguir actuando como lo viene haciendo. Son neonazis, fascistas, racistas extremos que, toda vez que puedan, intentarán provocar perturbaciones y ataques. Han estado sorpresivamente callados en las últimas dos semanas, y estoy segura de que están reagrupándose y repensando su estrategia, pero no van a irse. Después, tenemos a aquellos a los que Trump ha movilizado para que crean que las elecciones fueron robadas, que no son necesariamente de la derecha dura. Me alegra comprobar que este número está bajando. Probablemente, solo la mitad del Partido Republicano crea hoy que la elección fue manipulada, pero, aun así, todavía son muchos votantes. Y aquí me paralizo un poco, porque, sin duda, Trump va a movilizarlos para recuperar la Casa Blanca; sin duda, ellos ya tienen victorias en el Senado y en las legislaturas locales -el alcance de los triunfos republicanos en las elecciones locales es espeluznante-, de modo que ya tienen una buena base desde la que operar. Creo que la gran pregunta es si el ala izquierda y el ala de centro de los demócratas pueden ponerse de acuerdo para construir una alternativa más poderosa y convincente. Esta es la piedra angular de toda la situación en este momento. La izquierda no puede romper, pero el centro tampoco puede permitirse tirar a la izquierda abajo del tren. Porque ahí es donde están los millennials, ahí es donde está el Black Lives Matter, donde está el activismo LGBTQ, el MeToo… Ahí es donde está todo el activismo. Y si no consiguen nada de esta administración, si son escondidos, o negados, como una compañía vergonzante, no van a apoyar de nuevo a un candidato demócrata, ni van a volver a participar de la política electoral. Esta es la primera vez en décadas que la izquierda participa de una manera tan activa de la política electoral. Mucha gente de izquierda había votado antes, pero esta es la primera vez, probablemente, desde los años ’30, que la izquierda se compromete en la política electoral como si ella deparara un futuro para un proyecto de izquierda, socialdemócrata, o socialista. Si esto es sustraído del Partido Demócrata, como si nada –que es lo que creo que algunos centristas quieren hacer-, el Partido Demócrata se acabó. Si se rompe este acuerdo, el Partido Demócrata está terminado.
La izquierda no puede romper, pero el centro tampoco puede permitirse tirar a la izquierda abajo del tren. Porque ahí es donde están los millennials, ahí es donde está el Black Lives Matter, donde está el activismo LGBTQ, el Me Too… Ahí es donde está todo el activismo.
¿Cómo evaluar el impacto de la movilización más reciente deBlack Lives Matter, pero también de los movimientos feministas y LGBTQI+?Su capacidad de instalar un término como “racismo estructural” en la campaña, ¿qué consecuencias tuvo? ¿Cómo se juega de ahora en más su fuerza?
Esta es la pregunta, en este momento. Tenemos, por un lado, Black Lives Matter, las feministas, los movimientos por los derechos de los migrantes, también Climate Justice, Extinction Rebellion y toda esta clase de movimientos. En fin, una amplia variedad de activismo que se movilizó para la elección, pero que entendió de inmediato que tiene que volver a su trabajo en los movimientos sociales. No vamos a conseguir nada desde adentro [del gobierno], a menos que los movimientos sigan construyendo. Los movimientos sociales de izquierda, los populismos de izquierda no pueden permitir que toda la energía de los movimientos sociales sea desviada hacia política legislativa y electoral, donde sería neutralizada y diluida. En lugar de eso, los movimientos tienen que volver a las calles, tienen que volver a la organización y a organizar a la gente que todavía no participa. Por ejemplo, la población latinx a lo largo de la frontera de Texas, que apoyó fuertemente a Trump -en parte, porque son familias de segunda y tercera generación que, en muchos casos, trabajan para ICE, nuestra agencia de deportación, o son emprendedores, o tienen negocios por cuenta propia- fue organizada y movilizada por el Partido Republicano, apelando a la idea de libertad, a valores sociales conservadores y al miedo a lo que los demócratas les iban a hacer. Mientras tanto, los movimientos sociales y el Partido Demócrata ni siquiera se les acercaron. Los movimientos sociales necesitan crecer, tienen que salir de sus burbujas, salir a organizar. Hablo de la organización convencional, del tipo de organización que sale de Facebook y de las redes sociales y va al encuentro de los seres humanos en sus barrios, en sus casas, en sus comunidades, donde estas personas viven y, movilizándolas por mundos mejores, se vuelve parte de esas comunidades. Si esto no pasa, los movimientos sociales seguirán siendo un estímulo eficaz para la política electoral, pero no van a tener realmente poder para hacer valer sus demandas, ni van a crecer más allá de la población básicamente urbana a la que ya llegan hoy.
¿Dirías que el fantasma del socialismo que se agitó en la campaña contra la idea de libertad fue realmente efectivo, que tiene una capacidad de interpelación real, o es más bien algo mediático?
Creo que el discurso contra el socialismo fue usado de un modo muy efectivo por la derecha. Uno de lo regalos del neoliberalismo [al conservadurismo] fue seguir demonizando al socialismo y a la democracia social, mucho más allá del “espectro” del comunismo representado por la Unión Soviética e incluso por China. La idea misma, por ejemplo, de una política de estado responsable en torno a la Covid-19 que hubiera impuesto el distanciamiento social, el uso de barbijos y los cierres necesarios para contener al virus fue acusada de socialista, de totalitaria. Reacciones similares habían despertado los esfuerzos por establecer un Programa Nacional de Salud que garantizara el acceso a los servicios a toda la población del país y que también fue calificado de socialista y totalitario. Y estas reacciones no provienen del viejo discurso de la Guerra Fría, vienen de la demonización neoliberal del estado de bienestar. Pienso en las comunidades donde el sentimiento de precariedad era ya muy grande, donde la idea de que el estado te obligaría a cerrar tu negocio por un mes, o cerraría la escuela por tres meses para contener el virus, puede sentirse como catastrófica. La derecha llama a estas acciones del estado “socialismo” y les responde diciendo: “necesitamos libertad”, “necesitamos abrir nuestros negocios”, “todos tenemos derecho a trabajar”. Creo que todo esto tuvo un gran poder de resonancia y movilizó mucho a los votantes de Trump.
En el libro hablás de alimentar perspectivas de izquierda, ¿cómo podría repensarse una noción de libertad que no quede conjugada en términos de una libertad ingenua o rápidamente capturada en términos liberales y que, tampoco, sea absorbida porla idea de libertad que el neoliberalismo ha logrado acoplar con la de seguridad?
¿Cuál sería, entonces, la forma de libertad capaz de escapar a estas dos? Lo más importante para lxs estadounidenses –y no creo que sea necesariamente el mismo desafío que afrontan brasileñxs, argentinxs o chilenxs, porque ustedes tienen una tradición más robusta en materia de socialismo y de democracia social, tanto en términos intelectuales, como en un nivel más popular– es que la izquierda pueda explicar y hacer circular, en términos muy sencillos, una noción de libertad que conecte con el corazón del socialismo. Una noción de libertad que incluya ser libres de carencias, ser libres de la desesperación y de la precariedad, ser libres del desamparo de no tener vivienda. “Libertad de”, pero también “libertad para”: libertad para realizar nuestros sueños, y no solo sobrevivir; libertad para elegir, no simplemente abortar o con quién dormir – que es importante-, sino también libertad para construir vidas, construir comunidades y mundos en los que todos queramos vivir. Si no trabajamos inmediatamente en la resignificación de la libertad, para hacer de ella un concepto que afirme las visiones de la izquierda, para alejarla de esa clase de iteración libertaria, agresiva, antisocial y antiestatal, perderemos esta batalla. Porque muchas de estas personas de las que he estado hablando, que viven en la precariedad, sienten que la libertad es lo único que les queda, es lo único que creen tener. Se sienten abandonadas y desechadas; con tantas cosas que pasan en el mundo, se sienten bombardeadas por poderes que no comprenden; sienten que son objeto de desprecio por parte de un mundo más sofisticado; y se aferran a eso que llaman libertad, pero nosotrxs tenemos que resignificar esa libertad. La libertad tiene que cifrar no solo solidaridad social y bienestar social, sino también la capacidad de vivir vidas en un ambiente sostenible y protegido, que hoy está en un tremendo peligro. Este es el modo en que nos concierne la libertad. Y no sirve decir que recuperar la libertad es sacarnos la bota de encima, ni hablar de la libertad sólo como abolicionismo, ni de la libertad como sinónimo de deshacerse de la policía. Todo eso puede ser así, pero no va a seducir a nadie. Lo que sí seduce es la libertad como algo con lo que unx construye su vida.
Traducción y transcripción: Carla Maglio
Edición: Tinta Limón
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