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El mundo de Deleuze

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Compartimos la introducción del libro "Ciencia intensiva y filosofía virtual" de Manuel DeLanda, traducido por primera vez al castellano y editado junto a los amigos chilenos de Hiperstición. "Un trabajo que presenta el trabajo del filósofo Gilles Deleuze a una audiencia de filósofos analíticos de la ciencia, y de científicos interesados en preguntas filosóficas", dice el autor.

Siempre hay peligros al escribir un libro con una audiencia específica en mente. El más obvio es el peligro de no llegar al público deseado, ya sea porque el tema no capta su atención o porque el estilo de presentación no cumple con sus estándares o expectativas. Por otro lado, está el peligro asociado a perder lectores que podrían haber constituido el verdadero público del libro, pero que no eran parte del objetivo original. De esta forma, un libro puede acabar sin ningún lector en absoluto. En el mundo de la filosofía occidental, por ejemplo, la historia y la geografía han conspirado para dividir este mundo en dos campos casi mutuamente excluyentes, el angloamericano y el continental, cada uno con su propio estilo, su propia prioridad investigativa y largas tradiciones a defender. Asi, un libro filosófico que se rehúsa a escoger un bando e intenta presentar el trabajo de un campo en términos y estilos de otro puede acabar siendo un libro sin audiencia: muy angloamericano para los continentales, y muy continental para los angloamericanos.

Tal peligro es evidente en un libro como este, el cual intenta presentar el trabajo del filósofo Gilles Deleuze a una audiencia de filósofos analíticos de la ciencia, y de científicos interesados en preguntas filosóficas. Dicha audiencia está destinada a sentirse desconcertada cuando se halle confrontada con los textos de Deleuze y podría incluso verse repelida por la similitud superficial de estos textos con los libros que pertenecen a la llamada tradición “posmoderna”. Sin embargo, como sostengo en estas páginas, aunque Deleuze no tiene absolutamente nada en común con esta tradición, su estilo experimental está destinado a crear esa impresión. Otro motivo de dificultad son los recursos filosóficos que Deleuze introduce en su proyecto. A pesar del hecho de que autores como Spinoza y Leibniz, Nietzsche y Bergson tienen mucho que ofrecer a la filosofía contemporánea, los científicos y filósofos analíticos de la ciencia no los consideran como recursos legítimos. Por esta razón, lo que ofrezco aquí no es una interpretación directa de los textos de Deleuze sino una reconstrucción de su filosofía, utilizando recursos teóricos y líneas de argumento completamente diferentes. El objetivo de esta reconstrucción no es solo hacer parecer legítimas sus ideas para la audiencia a la que me dirijo, sino también mostrar que sus conclusiones no dependen solo de la selección particular de sus recursos o de las líneas de argumento particulares que él usa, sino que son resistentes a los cambios en presuposiciones teóricas y estrategias argumentativas. Si se pueden alcanzar las mismas conclusiones a partir de puntos de inicio completamente distintos y siguiendo caminos completamente diferentes, entonces la validez de las conclusiones se verá fortalecida.

Las conclusiones de Deleuze no dependen solo de la selección particular de sus recursos o de las líneas de argumento particulares que usa, sino que son resistentes a los cambios en presuposiciones teóricas y estrategias argumentativas.

No obstante, debo matizar mi afirmación porque lo que intento aquí no es una reconstrucción comprensiva de todas las ideas filosóficas de Deleuze. Por el contrario, me enfoco en un aspecto particular pero no menos fundamental de su obra: su ontología. La ontología de un filósofo es el conjunto de entidades que él o ella asume como existentes en la realidad, el tipo de entidades cuya existencia él o ella está comprometido a pensar como reales. Aunque en la historia de la filosofía existe una gran variedad de compromisos ontológicos, podemos clasificarlos aproximadamente dentro de tres grandes grupos: idealismo, empiricismo, y realismo. Para algunos filósofos la realidad no posee una existencia independiente de la mente humana que la percibe, por lo que su ontología consiste en su mayoría de entidades mentales, ya sean pensamientos representados como objetos trascendentes o, al contrario, como representaciones lingüísticas o convenciones sociales. Otros filósofos otorgan a los objetos de la experiencia cotidiana una existencia independiente de la mente, pero no afirman que las entidades teóricas –ya sean relaciones inobservables como las causas físicas, o entidades inobservables como los electrones– posean tal autonomía ontológica. Finalmente, están los filósofos que otorgan a la realidad una completa autonomía de la mente humana, sin tomar en cuenta la diferencia entre lo observable y lo inobservable, y el antropocentrismo que esta distinción implica. Se dice que estos filósofos tienen una ontología realista. Deleuze es uno de esos filósofos realistas, cosa que de por sí debería distinguirlo de la gran mayoría de las filosofías posmodernas, cuyos compromisos ontológicos son fundamentalmente anti realistas.

Los filósofos realistas, por otro lado, no necesitan estar de acuerdo respecto a los contenidos de una realidad independiente de la mente. Deleuze en particular rechaza muchas entidades cuya existencia es tomada por hecho en formas ordinarias del realismo. Tomando el ejemplo más obvio, en algunos enfoques realistas se piensa que el mundo está compuesto de objetos cuya identidad está garantizada por la posesión de una esencia, un conjunto básico de propiedades que define su naturaleza. Deleuze no es un realista con respecto a las esencias, ni con respecto a ninguna otra entidad trascendental y, por lo tanto, en su filosofía explicar qué es lo que les da a los objetos su identidad y qué es lo que conserva esta identidad a través del tiempo, se tiene que lograr a partir de procesos dinámicos. Algunos de esos procesos son materiales y energéticos, otros no lo son, pero incluso estos últimos se mantienen inmanentes al mundo de la materia y la energía. De esta manera, la ontología del proceso de Deleuze rompe con el esencialismo que caracteriza al realismo ingenuo y al mismo tiempo anula una de las principales objeciones de los no realistas en contra de la postulación de una realidad autónoma. En qué medida esta maniobra de Deleuze priva efectivamente a los no realistas de esta salida fácil dependerá de su explicación de cómo las entidades que habitan la realidad son producidas sin la necesidad de nada trascendente. Por esta razón, no me ocuparé en esta reconstrucción de los recursos textuales de las ideas de Deleuze, ni de su estilo de argumentación, ni de su uso del lenguaje. En pocas palabras, no me ocuparé de las palabras de Deleuze sino del mundo de Deleuze.

No me ocuparé de las palabras de Deleuze sino del mundo de Deleuze.

Este es el plan básico del libro: el capítulo 1 introduce las ideas formales necesarias para pensar en la estructura abstracta (o, más bien, virtual) de los procesos dinámicos. Me baso en las mismas fuentes matemáticas que Deleuze (geometría diferencial, teoría de grupos) pero, a diferencia de él, asumo que el lector no está familiarizado con dichos campos. La comprensión de Deleuze de los detalles técnicos es, espero demostrar, completamente adecuada (para los estándares de la filosofía analítica), pero su discusión de estos detalles está tan comprimida y asume tanto de parte del lector que está destinada a ser malinterpretada. El capítulo 1 está escrito como una alternativa a su propia presentación del problema, guiando al lector paso por paso a través de las diferentes ideas matemáticas involucradas (multiplicidades, grupos de transformación, campos vectoriales) y dando ejemplos de la aplicación de estas ideas abstractas a la tarea de modelar procesos físicos concretos. No obstante, a pesar de mis esfuerzos de desglosar los contenidos de las descripciones altamente comprimidas de Deleuze, el tema sigue siendo muy técnico y algunos lectores podrían encontrarlo difícil de seguir. Recomiendo a aquellos lectores saltarse este primer capítulo y, de ser necesario, volver a él una vez que se aclare cómo los recursos formales se aplican al tema de la identidad de los objetos que pueblan el mundo de Deleuze.

Los capítulos 2 y 3 son dedicados a este objetivo. La necesidad de reemplazar las esencias con algo igualmente objetivo es una carga que afecta solo al filósofo realista, dado que un no realista puede simplemente declarar las esencias como entidades mentales o reducirlas a convenciones sociales. Una manera de pensar el esencialismo es verlo como una teoría de la génesis de la forma, es decir, como una teoría de la morfogénesis en la cual las entidades físicas son vistas como realizaciones más o menos fieles de formas ideales. Los detalles del proceso de realización en general nunca son dados. Se espera que las esencias actúen como modelos que mantienen eternamente sus identidades, mientras que las entidades particulares son concebidas como meras copias de estos modelos que se asemejan a ellas con un grado de perfección mayor o menor. Deleuze reemplaza la falsa génesis basada en formas preexistentes que se mantienen igual a través del tiempo, con una teoría de la morfogénesis basada en la noción de lo diferente. Él no concibe la diferencia de forma negativa, como la ausencia de semejanza, sino de forma positiva o productiva, como aquello que dirige un proceso dinámico. El mejor ejemplo de este concepto de la diferencia es el de las diferencias de intensidad, como las diferencias de temperatura, presión, velocidad y concentración química que figuran en la explicación científica de la génesis de la forma, desde los cristales inorgánicos hasta las s formas orgánicas de las plantas y los animales. El capítulo 2 trata sobre los aspectos espaciales de esta génesis intensiva, mientras que el capítulo 3 trata sus aspectos temporales.

Después de reconstruir la ontología de Deleuze, en el capítulo 4 prosigo a dar una breve cuenta de su epistemología. Para cualquier filósofo realista, estas dos áreas deben estar, en efecto, relacionadas de forma íntima. Esto se ve claramente en el caso del realismo ingenuo, donde la verdad es concebida como una relación de correspondencia entre una serie de hechos acerca de la clase de entidades que pueblan la realidad, por un lado, y una serie de enunciados que expresan tales hechos, por el otro. En la versión esencialista del realismo ingenuo, las diferentes clases de entidades (las especies, los géneros) agotan todo lo que hay por descubrir en el mundo. Como las esencias son eternas se sigue que el contenido objetivo del mundo está básicamente cerrado, y que clases de entidades completamente nuevas no pueden emerger espontáneamente. Dado un mundo objetivo sin posibilidad de novedad, el conocimiento se puede concebir como un conjunto de enunciados que son verdaderos en la medida en que correspondan a ese mundo cerrado. No es claro hasta qué punto los actuales filósofos realistas están de acuerdo con esta perspectiva extremadamente ingenua, pero está claro que una reconstrucción del realismo de Deleuze debe rechazar cada una de esas suposiciones y reemplazarlas con otras distintas.

Mientras que en los primeros tres capítulos intento eliminar la suposición errónea de un mundo cerrado, en el capítulo 4 no solo trato de reemplazar la idea de una correspondencia simple, sino más bien devaluar la idea misma de la verdad. En otras palabras, argumentaré que incluso cuando uno acepta que existen enunciados que expresan hechos reales, se puede sostener aún que muchas de esas verdades son triviales. El rol del pensador no es simplemente producir verdades, sino distinguir entre la vasta población de enunciados verdaderos aquellos que son importantes y significativos de aquellos que no lo son. Lo importante y lo significativo, y no la verdad en sí, son los conceptos clave en la epistemología de Deleuze, y nuestra tarea será la de clarificar estos conceptos impidiendo que sean reducidos a evaluaciones subjetivas o convenciones sociales. Este punto puede aclararse si en vez de contrastar la posición de Deleuze con la versión lingüística de la teoría de la correspondencia, lo hacemos con la matemática. En este caso, el realismo ingenuo postula que existe una relación de correspondencia entre los estados de un objeto físico y las soluciones de las ecuaciones matemáticas que supuestamente capturan la esencia de un fenómeno. En contraste, Deleuze destaca el rol de los problemas correctamente planteados. Un problema está bien planteado si captura una distribución objetiva de lo importante y lo no importante o, expresado de forma matemática, de lo singular y lo ordinario.

Un problema está bien planteado si captura una distribución objetiva de lo importante y lo no importante.

El capítulo 4 explora esta epistemología de los problemas y la compara con las versiones axiomáticas más familiares que predominan en las ciencias físicas. Para anticipar la conclusión principal del capítulo, mientras que una epistemología axiomática destaca el rol de las leyes generales, en una epistemología problemática tales leyes desaparecen para ser reemplazadas por distribuciones de lo singular y lo ordinario en espacios de posibilidades.

Si tal conclusión puede ser plausible, se deduce que, a pesar del hecho de que yo reconstruí a Deleuze para apelar a una audiencia de científicos y filósofos analíticos de la ciencia, nada se cede a las posiciones ortodoxas sostenidas por ambos grupos de pensadores. Al contrario, tanto la ciencia física como la filosofía analítica emergen transformadas por el encuentro con Deleuze, la primera conserva su objetividad pero pierde las leyes que tanto aprecia; la última mantiene su rigor y claridad pero pierde su enfoque exclusivo en los hechos y las soluciones. Y más importante, el mismo mundo emerge transformado: la idea de que puede haber un conjunto de enunciados verdaderos que nos den los hechos de una vez por todas, una idea que presupone un mundo cerrado y finalizado, da paso a un mundo abierto lleno de procesos divergentes que producen entidades nuevas e inesperadas, un tipo de mundo que nunca se quedaría lo suficientemente quieto para que pudiéramos tomar una foto instantánea de él y la presentáramos como la verdad final.

Para concluir esta introducción, debo decir unas pocas palabras respecto a la otra audiencia, que en mi reconstrucción tal vez pasé por alto: los filósofos deleuzianos, así como los pensadores y artistas de diferentes tipos que estén interesados en la filosofía de Deleuze. Primero que nada, hay mucho más en la obra de Deleuze que solo una ontología de los procesos y una epistemología de los problemas. Deleuze ha contribuido a temas tan diversos como la naturaleza del cine, la pintura y la literatura, y mantuvo perspectivas bastante específicas sobre la naturaleza y la génesis de la subjetividad y el lenguaje. Para bien o para mal, estos son los temas que han captado la atención de la gran mayoría de los lectores de Deleuze, así que será una sorpresa decir que no tengo nada nuevo que decir al respecto. En cualquier caso, si consigo reconstruir el mundo de Deleuze, estos otros temas también deberían quedar ilustrados, al menos de forma indirecta: una vez que logremos comprender el mundo de Deleuze, estaremos en una mejor posición para comprender qué puede ser el cine, el lenguaje o la subjetividad en ese mundo.

Una vez que logremos comprender el mundo de Deleuze, estaremos en una mejor posición para comprender qué puede ser el cine, el lenguaje o la subjetividad en ese mundo.

Por otra parte, para que esta reconstrucción sea fiel al mundo de Deleuze, está claro que debo apoyarme en una interpretación adecuada de sus palabras. Existe una cierta violencia que los textos de Deleuze deben soportar con el fin de ser reconstruidos para una audiencia a la cual no estaban destinados, por lo que cada vez que rompa con su forma de presentar una idea, explicaré en detalle el grado de ruptura y su razón en un pie de página. Ocurre un tipo de violencia diferente cuando se desgarran las ideas de su colaboración con Félix Guattari. En esta reconstrucción ocuparé la ontología y epistemología que Deleuze expone en sus primeros textos y usaré solo aquellas partes de su trabajo colaborativo que pueden ser halladas en sus primeros textos. Por esta razón siempre adscribo la fuente de esas ideas a él usando el pronombre “él” en vez de “ellos”, incluso al citar sus textos en conjunto. Finalmente, está la violencia hecha al estilo fluido de Deleuze, a la manera en que él lucha contra la solidificación prematura de una terminología al mantenerla siempre en un estado de flujo. Arreglar su terminología puede parecer para algunos similar a intentar inmovilizar a una mariposa viva. A modo de antídoto, ofrezco un apéndice donde relaciono los términos utilizados en mi reconstrucción a todas las terminologías diferentes que él usa en sus propios textos y trabajos colaborativos, dejando sus palabras en libertad nuevamente después de haber servido su propósito de entregarnos su mundo. La intención es que este mundo conserve toda su accesibilidad y divergencia, de forma que la expresividad intensa e incluso la locura, que tan frecuentemente es atribuida a las palabras de Deleuze, puedan ser vistas como propiedades integrales del mundo en sí.

Traducción: Pablo Veas Orellana, Salvador Constanzo, Gabriel Donoso, Adolfo Maza y Carlos S. Ubilla

Imagen de tapa: Postcard from isolation in a moon in a planet that does not exist, Santiago Ney, 2023

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